Documento 7. MARY WOLLSTONECRAFT

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Vindicación de los derechos de la mujer.

A Martino, Giulio y Bruzzese, Marina (1996). Las filósofas. Las mujeres protagonistas en la historia del pensamiento. Madrid: Cátedra. pp. 223-226.

Después de considerar el devenir histórico y contemplar el mundo viviente con anhelante solicitud, las emociones más melancólicas de indignación desconsolada han oprimido mi espíritu y lamento verme obligada a confesar tanto que la Naturaleza ha establecido una gran diferencia entre un hombre y otro como la civilización que hasta ahora ha habido en el mundo ha sido muy parcial. He repasado diversos libros sobre educación y he observado pacientemente la conducta de los padres y la administración de las escuelas.

¿Cuál ha sido el resultado? La profunda convicción de que la educación olvidada de las mías parecidas es la gran fuente de la calamidad que deploro y que a las mujeres, en particular, se las hace débiles y despreciables para una variedad de causas concurrentes, originadas en una conclusión precipitada. La conducta y los modales de las mujeres, de hecho, prueban con claridad que sus mentes no se encuentran en un estado saludable (…). Atribuyo una de las causas de este florecimiento estéril a un sistema de educación falso, organizado mediante los libros que sobre el tema han escrito los hombres que, al considerar a las mujeres más como tales que como criaturas humanas, se han mostrado más dispuestos a hacer de ellas damas seductoras con las cuales te casas afectuosas y madres racionales; y este homenaje engañoso ha distorsionado tanto la comprensión del sexo, que las mujeres civilizadas de nuestro siglo, con unas pocas excepciones, sólo desean fervientemente inspirar amor, cuando tendrían que abrigar una ambición más noble y exigir respeto por su capacidad y su virtud. (…)

En todas partes, las mujeres están en este deplorable estado; porque con el fin de preservar su inocencia, como es cortesmente denominada la ignorancia, se les oculta la verdad y se las obliga a adoptar un carácter antes de que sus facultades hayan adquirido fuerza. Enseñadas desde la infancia a que la belleza es el cetro de una mujer, la mente se conforma con el cuerpo y, vagando por su jaula de oro, sólo intenta adorar su prisión (…).

Yo, probablemente, he tenido oportunidad de conocer a más niñas que J. J. Rousseau. Puedo recordar mis propios sentimientos, y he mirado detenidamente a mi alrededor; sin embargo, lejos de coincidir con él en sus opiniones respecto de los primeros albores del carácter femenino, me atrevo a asegurar que una niña cuyo espíritu no se haya diluido por la inactividad y la inocencia (…) correteará con alegría, y la muñeca nunca atraerá su atención a menos que el aislamiento no le deje ninguna otra alternativa.