6.1 Itinerarios de libertad femenina

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beguina

bruges - casa museu

bruges - dormitori

bruges - interior beguinatge

bruges - porta entrada lateral

courtrai

kortrijk begijnhof

retrat beguina

tournhout - cuina- filat

carrer beates

sant llatzer

sant llatzer-2

Hasta ahora ha ido predominando una concepción del mundo que puede ser calificada como "heterorealidad". Se trata de una visión del mundo según la cual las mujeres existen siempre en relación a los hombres, por lo cual las mujeres sin hombres son definidas como "mujeres solas". Ésta perspectiva, reduccionista de la experiencia femenina, representa una cancelación de las relaciones que las mujeres han podido y pueden mantener consigo mismas y con otras mujeres.

Con el fin de poner en duda esta concepción del mundo, se hace necesario explicitar las mediaciones femeninas que hicieron posibles las trayectorias vitales de las mujeres, las redes de solidaridad que tejieron, las historias de amistad que a menudo sustentaron muchas de las actuaciones de las mujeres del pasado. De esta manera, el ejemplo de las vidas de las mujeres que no buscaron en los hombres un sentido de sí permite situar y proyectar la existencia femenina en un horizonte de libertad.

En todas las épocas históricas pueden encontrar muestras de libertad femenina, prácticas que incorporan al mundo contenidos nuevos e insospechados, no previstos en el orden social patriarcal. Es uno de los ejemplos más significativos el movimiento protagonizado por las beguinas en la época medieval.

Las mujeres nombradas beguinas constituyen un amplio movimiento surgido en las postrimerías del siglo XII. Se trataba de mujeres que, solas o en grupos más o menos amplios, llevaban una vida religiosa al mundo, al margen de las estructuras tanto eclesiásticas como familiares. Fueron, por lo tanto, independientes de cualquier tipo de autoridad masculina hasta un extremo desconocido dentro de la cultura de la época.

Las beguinas son conocidas con diferentes nombres según los lugares. A España se las nombra beguinas y reclusas -Cataluña- o beatas -Castilla. Por eso sus comunidades reciben los nombres de beguinaje, reclusión o beaterio.

El de las beguinas es un movimiento interclasista, ya que encontramos la presencia de mujeres pertenecientes a los más variados estamentos sociales, desde mujeres de la aristocracia hasta mujeres pobres. El origen noble o patricio de algunas de ellas garantizaba su autonomía económica y, a menudo, la de la propia comunidad, ya que las beguinas no renunciaban a su propio patrimonio y acostumbraban a legarlo a su comunidad con el fin de garantizar su pervivencia. Estas mujeres vivían, pues, de sus rentas, en las cuales hay que añadir los legados que recibían de personas nobles o burguesas, unos legados que recibían generalmente a cambio de que realizaran una serie de tareas relacionadas con el tráfico hacia el Más Allá: rogar, amortajar al cuerpo de la persona difunta, participar en los funerales, acompañar el cuerpo al cementerio... Esta función funeraria de mediadoras en la muerte les daba una función social que no sólo las justificaba, sino que, incluso, las convertía en imprescindibles. No era, sin embargo, la única tarea que realizaban en el marco urbano en que vivían: una constante en sus vidas es la atención y la dedicación a las personas de su entorno, fundamentalmente en aquellas que constituían los sectores más desvalidos de la sociedad: pobres, personas enfermas y presas. También se dedicaban a la educación y la instrucción de niñas.

Una de las comunidades de beguinas que existieron en la ciudad de Barcelona es la de Brígida Terrera, una mujer perteneciente a la burguesía barcelonesa, que se incorporó a la reclusión de santa Margarita. Esta comunidad vivía donde estuvo el hospital de San Llàtzer (San Lázaro) y daría lugar, con el tiempo, al monasterio de las Jerónimas de Barcelona. De la genealogía de esta comunidad deja constancia la misma Brígida en la Súplica que dirigió al Consell de Cent de la ciudad el año 1448.

Según sus propias palabras, la reclusión había sido construida cien años antes y se había retirado una joven de Barcelona. A su muerte, se recluyó una mujer nombrada sor Sança, que había sido compañera de santa Brígida, junto con otra beguina, de nombre Teresa. Posteriormente, vivieron otras en reclusión. Así pues, durante aproximadamente setenta años, la reclusión de santa Margarita había sido ocupada por mujeres que constituían un agrupamiento reducido, probablemente en número de dos o tres personas. Brígida Terrera se inserta en esta genealogía al retirarse con una criada suya. Con ella, la reclusión se convertirá en una comunidad, conocida con el nombre de "las Terreres", a la cual ella legará su patrimonio.

Otro ejemplo significativo de libertad femenina lo encontramos Mary Astell y el círculo de mujeres que lo rodeaba. Mary Astell (1666-1731) creó en su vida un precedente que sería seguido por otras mujeres de la sociedad inglesa: el de la mujer instruida que escoge vivir sola y en relación con otras mujeres.

En Londres, se instala en el barrio de Chelsea, donde poco a poco se formará a su alrededor un círculo de amigas, que fueron a lo largo de los años sus compañeras más íntimos y su principal apoyo, tanto económico como emocional: lady Elizabeth Montague (a quien dedicó la edición de 1694 de su "propuesta…"), lady Catherine Jones (a quién John Norris, a petición suya, dedicaría las "Cartas relativas al amor de Dios" de 1695), Elisabeth Hasting, Ann Coventry… Se trataba de mujeres aristócratas -contaban, por lo tanto, con abundantes ingresos propios, que habían hecho una opción de vida parecida a la de Mary-: habían decidido permanecer solteras o bien se habían negado a casarse de nuevo al quedarse viudas. Compartían muchas cosas entre si, desde libros hasta remedios caseros, todas, sin embargo, reconocían la autoridad de Mary. Este círculo femenino configuró un parentesco simbólico vehiculado por el amor y constituyó a la única familia de Mary Astell.

Estas mujeres mantenían igualmente una red de relaciones de solidaridad con otras menos favorecidas económicamente y socialmente (ayudaban a viudas sin hogar, enseñaban a sus muchachas a leer y a escribir o proporcionaban instrucción escolar a niñas de su familia) y cuidaron de Mary durante los últimos años de su vida: a la edad de sesenta años, Mary Astell se retiró a casa de su amiga Catherine Jones, donde permaneció hasta su muerte en 1731.

El año 1700 Mary Astell publica Reflexiones sobre el matrimonio, un texto en la escritura del cual utiliza el humor, la ironía y el sarcasmo con el fin de desvelar y poner en evidencia los intereses sociales que servían para humillar y subordinar a las mujeres a través del reparto de poder que se daba en el matrimonio, una institución que ella denuncia como tiránica, vinculándola a la tiranía del estado con la de los hombres en las familias. Critica la coacción al matrimonio de la que eran víctimas las jóvenes de su época, un matrimonio en lo que ella contrapone su propia trayectoria de vida y la de otras mujeres, como Batshua Makin -autora de ensayos históricos e institutriz de las hijas de Carles I de Inglaterra- o Elisabeth Elstob -estudiosa de gramática-, todas ellas mujeres solteras que vivían dignamente y se habían desarrollado intelectualmente. Para Astell, una adecuada instrucción era la premisa necesaria para garantizar la libertad de elección de las mujeres.

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