7.2 La violencia, un componente esencial de la masculinidad hegemónica
Raquel Osborne señala que, en las sociedades occidentales contemporáneas donde nos encontramos, la violencia ocupa un papel importante en la construcción de las relaciones entre mujeres y hombres, unas relaciones basadas en el poder. Señala igualmente que se trata de un fenómeno estructural para el mantenimiento de la desigualdad, donde instituciones como la ciencia y la cultura se juegan un papel preponderante. La dominación patriarcal propicia la violencia hacia las mujeres como un mecanismo de control de todas las mujeres.
Se trata, pues, de un ejercicio de poder para mantener la dominación sexista y no puede ser considerado como un fenómeno histórico. Como dice Sonia Guerra López, el patriarcado no es natural, surgió de una toma del poder del sexo masculino y niega al sexo femenino su capacidad de representarse libremente y de producir simbólico propio. Paralelamente, sitúa el sexo masculino como superior y lo autoriza a ejercer violencia contra aquellas mujeres que pretenden rebelarse contra su posición subalterna.
Los estereotipos de género prefiguran los escenarios de la violencia sobre las mujeres y sobre aquellos hombres no estereotipados o transgresores, para reafirmar socialmente el orden 'natural' de la conducta apropiada a cada sexo. La tolerancia hacia la agresividad masculina se instala en la cultura cuando se estimula en los hombres modelos de agresividad deportiva, éxito individual y competencia, y en las mujeres el ideal de belleza y atractivo sexual, que las reduce a objetos de posesión y consumo, y las desposee de subjetividad, lo cual impide la toma de decisiones, la autonomía y su libertad como sujetos. El estereotipo masculino legitima el uso del dominio y la violencia como medio para afirmar o exigir reconocimiento de la propia identidad, lo que sitúa la dominación de género en el centro de una cultura de la violencia que se transmite a lo largo de una cadena de diferenciaciones sociales.
Además, existen mecanismos sociales que vinculan la masculinidad hegemónica patriarcal con la utilización de la violencia, con formas de expresión explícitas como la violencia hacia las mujeres. Como se ejerce contra personas concretas y en contextos determinados, se ha generado una terminología que, en la mayoría de casos, provoca una fragmentación artificial que queda reflejada en el uso de términos como violencia escolar, violencia hacia las mujeres, violencia racial, violencia familiar, violencia entre iguales o el desafortunado término de violencia doméstica, entre otros.
La violencia hacia las mujeres se ejerce mediante una combinación de factores que van desde la coacción directa hasta vías indirectas de dominación en todos los órdenes. Es el resultado de un aprendizaje en una sociedad donde las mujeres y la cultura femenina ocupan un lugar secundario y eso comporta una relación asimétrica entre mujeres y hombres. Tiene que ser analizado, pues, como un fenómeno estructural, un hecho social e ideológico
La sociedad basada en la división sexual del trabajo está en proceso de cambio. Las mujeres tienen más presencia en el espacio público y han redefinido su modelo de feminidad, en tanto que los hombres presentan fuertes carencias en la definición de las nuevas masculinidades, que se consideran como alternativas a la violencia. La violencia hacia las mujeres se produce en todos los ambientes y ámbitos sociales y no es una actitud exclusiva de los estados marginales. Los últimos estudios muestran que en los jóvenes se detecta una mayor presión por adherirse con el modelo hegemónico de masculinidad. Eso provoca en los chicos actitudes poco igualitarias e incluso más violentas que en los hombres de otras franjas de edad.
A menudo se enfoca la erradicación de la violencia hacia las mujeres como si se tratara exclusivamente de solucionar unas agresiones que afectan exclusivamente a las mujeres, pero en realidad los hombres también son víctimas de su propia violencia. En la medida en que los hombres centran la construcción de su personalidad entorno a la violencia, se autolimitan en su educación emocional: una mayoría importante de hombres no saben reconocer sus propios sentimientos y emociones y, en consecuencia, no saben expresarlos ni gestionarlos. Se encuentran en un círculo cerrado de difícil salida que, a medida que pasan los años, se enquista y ocurre un componente indispensable de su masculinidad. Afortunadamente, hoy empieza haber hombres que se resisten a identificarse con el modelo hegemónico de masculinidad y buscan nuevos modelos y expresiones de la masculinidad, indispensables para cambiar las relaciones entre las mujeres y los hombres y favorecer unas relaciones sociales más justas y equilibradas.
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Hablan las mujeres
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