5.2 Pedagogía crítica y feminista

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La pedagogía incide sobre el proceso mediante el cual se produce el saber y sobre el cómo se enseña, dos aspectos que no pueden ser separados del qué se enseña y del cómo se aprende. Por eso, la pedagogía constituye, tanto desde una perspectiva crítica como desde una perspectiva feminista, el ámbito fundamental dentro del cual puede producirse un cambio educativo y social. Es el ámbito en que se pueden llevar a la práctica visiones del mundo nuevas y divergentes. Ambas concepciones, la crítica y la feminista, intentan abordar las macrocuestiones de la enseñanza, como las relativas a las instituciones y a las ideologías dentro de las cuales se mueve la pedagogía.

Partiendo de la premisa común que la educación no es neutral, los paradigmas crítico y feminista intentan establecer relaciones entre los macroaspectos y los microaspectos del mundo educativo, desarrollando sus propias visiones sobre la educación. Unas visiones que están distanciadas entre sí, si bien comparten ciertos rasgos, como la ya mencionada no neutralidad de la enseñanza o la centralidad que otorgan al proceso de producción y reproducción del saber.

La pedagogía crítica se caracteriza por su diversidad y por las figuras individuales que la representan. Así, autores como Giroux y MacLaren son teóricos comprometidos con una visión política, centrada especialmente en las diferencias de clase, unas diferencias que la educación tendería a perpetuar. En consecuencia, su perspectiva busca más la articulación de un proyecto pedagógico que de una práctica pedagógica. No se trata tanto de delimitar líneas orientadoras para la actividad docente como de elaborar una visión social para el trabajo del profesorado. Desde otro punto de vista, Paulo Freire e Ira Shor inciden al ofrecer indicaciones pedagógicas, construidas a partir de su propia práctica, que puedan servir de ayuda a otras personas educadoras, de manera que teoría y práctica se presentan indisolublemente unidas. Tanto Shor como Freire plantean la pedagogía como una búsqueda de formas de enseñar coherentes con sus planteamientos políticos. Desarrollan así prácticas como los trabajos colectivos y cooperativos, y la instrucción y evaluación a cargo de los compañeros y compañeras y el resto del grupo.

Sandra Acker resume lo que ella considera los tres principales marcos teóricos feministas occidentales en relación a sus implicaciones educativas: las feministas liberales, que utilizan conceptos como igualdad de oportunidades o discriminación y las estrategias fundamentales de las cuales pasan para conseguir una modificación de las prácticas de socialización, utilizando la legislación pertinente; las feministas socialistas, que analizan el papel y la función de la escuela en la perpetuación de las divisiones de género de la sociedad capitalista; y las feministas radicales, centradas, fundamentalmente, en la monopolización masculina del saber -y, por lo tanto, de la cultura- y en la política sexual que se lleva a cabo en las escuelas. Sus estrategias consisten en situar en un primer plano los problemas de las mujeres y de las chicas.

Nuevas voces han empezado a surgir dentro del llamado feminismo posestructuralista en el ámbito educativo. Un movimiento que, en países como Italia está alcanzando un gran desarrollo, es el de la pedagogía de la diferencia sexual. Se trata de un movimiento que sitúa en la base la relación entre enseñantes, tanto a nivel de la elaboración teórica como de las realizaciones prácticas y que parte de la constatación de que, incluso la pedagogía más crítica, aquélla que reconoce la pluralidad y la diversidad que connota el sujeto del proceso cognitivo, está lejos de reconocer la diferencia primera y fundamental, que es la diferencia sexual.

Es por eso que pensadoras, pedagogas y profesoras consideran que hay que reubicar bajo una nueva luz el tema de la "Paideia", la acción de educar y de transmitir. Para llevar a cabo esta tarea, se convierte en fundamental asignar significación social a la propia profesión, así como a la importante presencia femenina en las instituciones formativas, una presencia a la cual se tiene que dotar de entidad simbólica, a fin de que pueda transformar la realidad educativa.

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