3.3 Genealogía histórica femenina
Tradicionalmente, las mujeres han accedido a la categoría de aquello memorable sobre todo a través del género biográfico-historiográfico, forjado a la antigüedad clásica, de las "vidas de mujeres ilustres", en lo que dio forma, entre otros, Plutarco con Mulierum virtutum. Un género que transmitía la memoria de aquellas mujeres que se habían distinguido por virtudes consideradas excepcionales en su género. Esta tradición historiográfica se caracteriza por presentar listados de biografías femeninas escritas con la intención de valorar determinados modelos de género femenino, unos modelos que resultaban funcionales a la orden patriarcal, o con la de reubicar comportamientos de mujeres que no se adecuaban al modelo de género dominante, al asignarles la marca de la excepcionalidad. Así, estas vidas de mujeres perdían significado de experiencia social femenina al ser presentadas e interpretadas dentro de los parámetros de un orden simbólico masculino.
Los datos que esta tradición aportaba, sin embargo, fueron utilizados y reinterpretados por las mujeres, lo cual constituye un cambio histórico fundamental. Un cambio que se produce en el siglo XV, a partir de la obra de las mujeres humanistas: estas mujeres, que habían accedido a una educación formal y que dedicaban sus esfuerzos a la actividad intelectual, buscaron en el pasado formas de experiencia y de vida femenina que les permitieran dotar de sentido propio los ámbitos del saber que ellas desarrollaban y su propio ser mujeres.
Con obras como La ciudad de las damas de Christine de Pizan se inicia una tradición de escritura de historia por parte de las mujeres. Es una escritura que se nutre de los datos ofrecidos por autores como Bocaccio, pero que las reinterpreta con el objetivo de construir, tanto para las autoras como para las mujeres, en general, la estructura histórica de una identidad social femenina. Al recuperar y reivindicar la potencia de las mujeres del pasado, estas escritoras las sustraen a los catálogos de mujeres ilustres para vincularlas entre sí en una tradición propia, una tradición que reconocen como suya, de la que se sienten partícipes y que contribuyen a prolongar.
En La Ciudad de las Damas Christine concibió una ciudad, una entidad política autónoma que tiene una historia propia constituida por mujeres, las actividades de las cuales dan forma a genealogías femeninas que se entrecruzan para crear las raíces de la identidad de género de las pobladoras de la ciudad, en el presente contemporáneo de la autora y en el futuro ideal que ella prevé.
La delimitación de una genealogía femenina en la que insertar y significar la propia actividad se convierte en una tradición recurrente en la práctica de las mujeres posteriores al movimiento humanista. Una práctica que se ve confirmada por numerosos casos de mujeres que establecieron una tradición genealógica para el ámbito disciplinario en el cual ejercieron. De esta manera, no se reconocían como mujeres primeras o únicas. Así lo hicieron alquimistas como Marie Meurdrac (1666), Madama Fouquet (1676) y Isabella Cortese (1584), que utilizan el Baño María, inventado por María la Profetisa en sus recetas. Es destacable el hecho que tanto Meurdrac como Fouquet recojan el origen femenino de la receta, busquen los vínculos con otras mujeres y hagan el reconocimiento de la genealogía femenina de los saberes como una forma de autorización.
Otro ejemplo representativo lo constituye Dolors Aleu, la primera mujer al conseguir el título de doctora en el estado español. En su tesis enumera a un elevado número de mujeres que habían sobresalido por su saber, incluyendo aquéllas que habían destacado en la ciencia médica, como Olivia de Sabuco y Dorotea Ertxeben.