1.3 Itinerarios femeninos de saber

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En diferentes épocas históricas, las mujeres encontraron en la opción religiosa la posibilidad de ir más allá de las rígidas normas sociales, una mayor libertad de expresión, oportunidades de vida en común al margen de la familia. Y, paralelamente a su propio perfeccionamiento, dieron forma y pusieron en circulación una cultura.

Si bien en los conventos y monasterios grandes y ricos las monjas casi no realizaban tareas domésticas, en los conventos más pobres y más pequeños tenían que realizar directamente las actividades relacionadas con la cocina y mantenimiento de la casa, así como la alambrada y el tejido de sus ropas. Otra tarea fundamental que realizaban era el cuidado de los enfermos. Las abadesas de los conventos y las enfermeras en quienes ellas delegaban tenían una gran responsabilidad médica, no sólo sobre la salud de las mujeres de la comunidad, sino también sobre las personas mayores y los enfermos que acogían y a quienes prestaban servicios sanitarios. Además de eso, las monjas hicieron de preceptoras de chicas y chicos. Como consecuencia de las reformas eclesiásticas del siglo XIII, entre las que se cuenta la insistencia en una clausura rigurosa, les estuvo prohibido enseñar. Sin embargo, esta actividad educativa continuó desarrollándose en relación a las niñas.

Algunos monasterios supusieron un auténtico hito con respecto a poder y libertad, como el de las Huelgues en Burgos, fundado el siglo XII por Leonor de Plantejenet, esposa de Alfonso VIII. Muy anterior al de las Huelgues, es el monasterio de San Juan, de la orden benedictina, fundado en el siglo IX por Wifred el Pilós y su mujer Vinilda para su hija, que sería su primera abadesa. Entorno a monasterios como estos se crearon y expandieron grandes focos culturales. Por otra parte, monasterios europeos como Gandersheim, Hohenburg o Rupertsberg no eran centros aislados, sino que establecían relaciones con el exterior y mantenían contactos con otros centros culturales parecidos.

Así, las comunidades monásticas femeninas emergen como sociedades equilibradas, en las que, además de la plegaria y la meditación, se desarrollaban actividades como escribir, estudiar, componer música, cultivar plantas medicinales o gestionar la vida de la comunidad

La primera historia de mujeres que se conserva de la época medieval, en el periodo de los condados catalanes, presenta el devenir de una institución monástica femenina. Se trata de una historia que individualiza en una mujer, Madruí, el sentido que esta comunidad dio al protagonismo histórico femenino. La crónica del monasterio benedictino de san Pere de les Puel·les de Barcelona, fundado hacia el 950 por la condesa Riquilda y el conde Suñer, es el relato de su fundación y de las primeras vicisitudes, centrado en la vida y muerte de Madruí, su supuesta primera abadesa. Diferentes indicios avalan la hipótesis de la existencia de una historia del monasterio previa a la redacción de la crónica. Así, la crónica procedería de una tradición oral forjada en el mismo monasterio y constituida por versiones dialogadas. Además, los datos contextuales son indicativos de una autoría femenina colectiva, lo que Montserrat Cabré califica como "autoría en relación".

Las autoridades eclesiásticas creían que la principal función de las mujeres en los monasterios era la oración. Sin embargo, en el siglo XII las autoridades femeninas de estas comunidades dotaron de una mayor amplitud las funciones que las monjas habían y podían desarrollar. Insistieron en la educación, una educación que pasaba fundamentalmente por saber cantar y leer en latín. Bajo la dirección de abadesas, caracterizadas por su inteligencia y energía, estas comunidades monásticas pueden ser consideradas como el equivalente femenino en las universidades.

Hildegarda de Bingen constituye una de las máximas expresiones del saber alcanzado y transmitido por las mujeres dentro del marco monástico. Fue compositora musical, poeta, médica, política, predicadora y fundadora de comunidades femeninas. Además, no se puede hablar de saber femenino y de la transmisión de este saber dentro del ámbito monástico sin aludir a la obra una mujer contemporánea de Hildegarda: el Hortus deliciarum, el jardín de las delicias, de Herralda d'Hohenburg.

L'Hortus es una obra rica y compleja en la que se recogen escritos de autores alto medievales o contemporáneos de Herralda. Estos textos son el marco de referencia donde se inserta el lenguaje de las imágenes, que adquirirán una presencia cualitativa y no meramente ilustrativa en el manuscrito. Se trata de una obra profundamente didáctica: contiene una síntesis significativa de saber que la abadesa quiere transmitir a las mujeres jóvenes de su comunidad. Así, el "Hortus" puede ser considerado como una especie de libro de texto, una gran obra ilustrada de consulta, una enciclopedia de las ciencias religiosas (teología, escrituras, liturgia…).

La didáctica de la obra es multidisciplinar y está dirigida a que las mujeres de la congregación se instruyeran en los conocimientos y habilidades que eran habitualmente cultivados en los monasterios femeninos: saber leer -para el ejercicio de la lectura muy probablemente se practicaría la lectura en voz alta, la recitación y la memorización, actividades para las que resultarían apropiadas las poesías insertadas en la obra; saber escribir –el manuscrito ofrece un amplio abanico de modalidades de escritura; aprender a componer textos poéticos y a cantarlos -son frecuentes los textos rítmicos, que presentan una anotación neumática, un sistema de transcripción musical diferente del gregoriano y mucho difundido en el área renana; profundizar el estudio del latín –la obra presenta listas de palabras junto con su traducción a una de las lenguas germánicas de la época, lo cual constituye un auténtico vocabulario–; y aprender a realizar miniaturas, desde el diseño hasta la coloración.

Además de la dedicación al saber y al conocimiento, los monasterios femeninos se convierten en centros de creación, donde las mujeres pueden dedicarse a la escritura, como Roswita, autora de poesía, historia y de las únicas piezas teatrales compuestas en toda Europa entre los siglos VI y XI; al tejido de tapices, como el de la capilla de Bayeux, un tapiz de hilo de lana sobre lino que realizaron las monjas de Normandía y que conmemora la batalla de Hastings en el siglo XI; a la pintura, como Ende, una de las ilustradoras del Beatus de Gerona, que a dejar constancia de su autoría al mismo manuscrito ("En depintrix te Dei aiutrix"); o a la actividad musical, la importancia de la cual se encuentra en una muestra significativa de la obra de Hildegarda.

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Una clase de actividad peculiar, protagonizada por las mujeres católicas urbanas de la edad moderna, es la acción organizada de grupo. Una acción que se expresó en los intentos de crear nuevas formas de vida y de trabajo en común, en las cuales estaba comprendida la preocupación por la educación femenina. Son las actividades desarrolladas por las mujeres de la llamada vía media, como Mary Ward, una mujer instruida, quien consiguió establecer, desde 1609, una red europea de escuelas para chicas supervisadas por maestras laicas: el Instituto de la santa Virgen María. Entre 1616 y 1628, el Instituto creó centros en ciudades como Colonia, Roma, Nápoles, Múnich, Viena y Praga, escuelas que tenían hasta 500 alumnas.

Las trabajadoras de esta orden llevaban una vida comunitaria –sin clausura–, escogían a su propia "madre" general y estaban exentas de la supervisión del clericato. Al sus centros, algunos de los cuales eran escuelas gratuitas para niñas pobres, ofrecían cursos de tejido, música, latino, griego, lenguas locales y matemáticas. Mary Ward y sus colaboradoras viajaban continuamente y se reunían con príncipes y cardenales con el fin de recaudar fondos. Sus adversarios la acusaron -los jesuitas y los clérigos seculares ingleses, principalmente- y se quejaron al papa de su agresividad en materia espiritual. Ella apeló, pero el papa suprimió la orden. Mary Ward, acusada de hereje, fue encarcelada por la Inquisición en Munich.

Mary Astell es una de las figuras primordiales en cualquier aproximación al pensamiento de las mujeres sobre la educación femenina. Soltera y decidida a no casarse, vivió en el barrio de Chelsea, en Londres, en estrecha relación con un grupo de mujeres de origen burgués que compartían sus convicciones vitales, espirituales e intelectuales. Profundamente convencida de la necesidad y de la legitimidad del desarrollo cultural de las mujeres, única premisa que podría garantizar su libertad de elección, publica Una propuesta seria para las damas, en beneficio de sus verdaderos y más altos intereses. Para una amante de su sexo, el año 1694. Su propuesta consiste en la creación de un espacio, como lo que las monjas de la época medieval habían construido en sus comunidades monásticas, a fin de que las mujeres pudieran dedicarse a su propia formación. Era, sin embargo, una comunidad que obedecía en su concepción más a un propósito académico que propiamente monástico. Su objetivo era que las mujeres se pudieran convertir en seres autosuficientes tanto emocionalmente como intelectualmente.

El año 1697 apareció la segunda parte de la Propuesta, dedicada a la princesa Ana. Mary Astell detalla un modelo de aprendizaje y establece un plan general de estudios específicamente elaborado para las mujeres deseosas de saber. Un modelo y un plan que incidía en el uso de lecturas selectas. Porque, para ella, el objetivo no consistía en adquirir una cultura ni unos conocimientos enciclopédicos. Le importaba menos la erudición que la capacidad de razonar y el método para aprender, para cuya adquisición señalaba como necesarios conocimientos de la lengua materna, lógica, matemáticas y filosofía. No se ofrecía, pues, un programa formal de estudios, sino una invitación a conversar y a la lectura de libros de filósofos contemporáneos, como Descartes, y de autoras como Anne Dacier y Madeleine de Scudéry, "Sapho", para lo cual la lengua francesa sería suficiente.

Mary Astell fue objeto de burla en comedias del tipo "Las mujeres sabias". Contaba, sin embargo, con el apoyo no sólo de sus amigas, que la ayudaron en todas las actividades que emprendió, sino de una dama, probablemente la princesa Ana, a quien estaba dispuesta a darle diez mil libras para la realización de su proyecto. Sin embargo, la oposición de la iglesia consiguió que esta donación no tuviera lugar.

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En relación a la creación y transmisión del saber entre mujeres se tiene que destacar la actividad de algunas científicas que escribieron libros de ciencias dirigidos a las mujeres. Así lo hicieron, entre otros, Marie Meurdrac, Priscilla Wakefield i Jane Marcet.

El título del libro de Marie Meurdrac, La química caritativa y fácil a favor de las mujeres, indica que el tratado está inscrito en la tradición de las obras de ciencias escritas por mujeres y dirigidas a las mujeres. Ellizabeth Grey escribió Una selección manual de raros y selectos secretos de Medicina y cirugía (1653), que tuvo veintiuna ediciones. Priscilla Wakefield escribió una Introducción a la botánica (1796) que fuera comprensible para las mujeres y tuvo once ediciones hasta 1841. Y Margaret Bryan Compendio de los sistemas de astronomía en un curso de lecturas familiares en el cual los principios de esta ciencia están claramente explicitados y son inteligibles para aquéllos que no han estudiado matemáticas (1797).

Hay que hacer mención, igualmente, de Jane Marcet (1769-1858) que formó parte de un distinguido círculo científico y literario inglés, con sus libros Conversaciones en química, que dedicó especialmente al sexo femenino, y Conversaciones en Botánica. Conversaciones en química, publicado anónimamente en 1805, es un diálogo informal entre una profesora y sus alumnas, Emily y Caroline, sobre los descubrimientos de la época de Galvani, Volta, Franklin, Priestley, Berzelius, Lavoisier y Berthollet entre otros. Serían publicadas dieciséis ediciones de su libro, la mayoría de forma anónima, excepto la de 1846 que sí que llevaba su nombre. Se hicieron dos traducciones francesas y quince ediciones americanas. A los 71 años mantenía correspondencia científica con Michael Faraday, a quien, cuando murió Jane Marcet, quiso rendirle un homenaje, escribiendo su biografía.

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http://cdp.udl.cat/coeducacio